De chica garabateaba hojas en blanco en el taller donde trabajaba Antonio Berni. La Fluvial de Rosario no es solo el recuerdo del puerto y la inmensidad del río, justo frente al Monumento a la Bandera. Para Carolina Pavetto, 51 años, es el punto exacto donde su memoria emotiva se detiene para repasar el origen de su pasión por el diseño y la producción de textiles naturales. Allí era una niña feliz, que luego curioseaba entre los objetos, monedas, libros viejos y antigüedades que atesoraba su papá. Pero tuvo que pasar una adolescencia estricta que incluyó un colegio de monjas de Rosario y una educación emocional donde la presión por ser la mejor le opacó la mirada.
La contadora que quiso ser arquitecta sufrió una tragedia -la muerte de su hermano en un accidente-, que la impulsó a tomar otro camino. Y, justamente, a la vera de un camino, encontró el atajo para sanar el dolor. La ruta que la llevaba al campo familiar en Santiago del Estero atravesaba Ojo de Agua, donde las comunidades de artesanas y artesanos desplegaban alfombras, ponchos y mantas al borde de la banquina. Los colores, las tramas y, sobre todo, las historias detrás de esas texturas encendieron una inquietud que funcionaron como un puente.
“Sentí una vibración especial, encontré en la cultura ancestral una forma de acotar la angustia. Y cuando la conocí a Berna todo empezó a fluir y a transformarse”, dice la diseñadora al frente de Mantara, el emprendimiento que este año se presentó en el Festival de Diseño de Londres y obtuvo la certificación B por su compromiso social. Berna es Bernardina de Jesús Paz Silva, la artesana a la que Pavetto señala como “el pilar, guía y sostén que murió en 2020 y nos dejó su huella imborrable, una mujer increíble que me transmitió valores, me enseñó a establecer prioridades y me contagió el amor por la buena artesanía cuyos saberes le enseñó a dos generaciones”.
Entre las alfombras históricas que le dejó Berna, hay una en especial que a Pavetto la emociona: la pieza que no pudo terminar y ahora retomó su nieta Belqui con la misma técnica. “Me da una felicidad tremenda ver en sus manos la misma dedicación y habilidad de su abuela. Ahora, abuela y nieta están unidas por los mismos hilos”, apunta la diseñadora que participa en todo el proceso productivo.
Desde su estudio en Gálvez está al tanto de la esquila de las ovejas que se crían en el campo de sus hijos. La selección de la lana es clave. “Es un momento especial donde acopiamos materia prima para todo el año. Es ahí cuando implementamos conceptos de reutilización para aumentar la vida útil del producto. A las artesanas de Santiago del Estero le donamos 10 toneladas de lana de primera calidad para que se aseguren el trabajo”, dice Carolina Pavetto, que el mes pasado obtuvo los fondos del programa Emprender con Perspectiva de Género, de la secretaría de Industria y Desarrollo Productivo.
“Otro sueño cumplido, desde que me involucré personalmente con las artesanas me prometí, y les prometí, contribuir a mejorar su calidad de vida. Y el agua potable es la gran carencia en localidades como Parajes Blanco Pozo, Quimilí, Añatuya y Sunchituyo. Ahora no voy a parar hasta lograrlo, hay más de 120 personas que lo esperan hace años”, dice.
La recuperación de técnicas ancestrales de hilado y telar también forman parte de cursos y talleres que organiza desde Mantara, “para garantizar que toda esta historia textil se siga desarrollando y además, para defender y promover el trabajo de las artesanas, apoyarlas desde la empatía”, explica y detalla que los colores de los chusis, baetones y peinecillos se logran a partir de tintes naturales. “No utilizamos químicos, investigamos las propiedades de especies y plantas nativas como el árbol de lloro, el ancoche, suncho, la mostaza, cebolla y manzanilla, entre otras. Así aportamos nuestro granito de arena al cuidado del medio ambiente y nos alineamos en el marco de la economía circular”, plantea la emprendedora.
Para los nombres de las piezas elige palabras en quechua, la familia de lenguajes originarios de los Andes peruanos que vertió su potencia en América del Sur. Munaay (amor, belleza, libertad), es el nombre de la pieza de pura lana natural que en 2021 ganó el Sello Buen Diseño, la distinción oficial que otorga el Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación a los productos de la industria nacional que se destacan por su innovación, por su participación en la producción local sustentable, por su posicionamiento en el mercado y por su calidad de diseño. Este año, por su parte, se distinguió a la colección Muju (semilla, en quechua) y Musskkucuna (soñar), teñida a partir de la resina del árbol del lloro.
Cuando este año desembarcó en la residencia del embajador argentino en Londres, Javier Figueroa, le llevó de regalo una bandera argentina tejida en Salta que durante los partidos por la Copa del Mundo se la vio flamear en la calle Belgrave. “Londres fue un sueño, ser parte del festival y mostrar nuestra riqueza en la muestra Argentine Creative Experience fue muy enriquecedor. Allí compartí con los diseñadores seleccionados unos días a puro intercambio”, apunta Pavetto, quien cargó, junto a su pareja, kilos y kilos de alfombras para tapizar los pisos y las paredes de la recepción. El exceso de equipaje valió la pena, admite. “Nos volvimos con muchos contactos y sobre todo, el interés por conocer nuestra historia, la de una comunidad que palpitó a más de 12 mil kilómetros el desempeño del trabajo en equipo”.
Menuda, con los músculos de los brazos marcados por cargar lana, se envuelve en textiles, se desparrama sobre ellos o los levanta en locaciones históricas para registrar material en sus redes sociales. Desde galpones y caminos en parajes perdidos, hasta ruinas históricas o paisajes extremos. A las alfombra las lleva en bolsas de tela que también encierran su propia historia de sustentabilidad, ya que están confeccionadas con descartes de producción y realizadas por organizaciones que apoyan a mujeres en situación de vulnerabilidad y grupos de chicos y chicas discapacitados.
“Cada parte del proyecto tiene un propósito, el engranaje se basa en un objetivo sustentable, comprometido con el planeta. Estamos muy orgullosos de integrar la lista de casi 900 emprendimientos con certificación B en América Latina y ser parte de este movimiento global de empresas preocupadas por problemáticas sociales y ambientales”, señala la diseñadora con respecto a la organización sin fines de lucro integrada por referentes regionales e internacionales que apoyan la construcción de ecosistemas favorables.
“La evaluación fue muy rigurosa”, dice Pavetto y confiesa el mantra que la acompaña desde el inicio del proyecto: “Nunca dejo de aprender”. De hecho, terminó este año la Diplomatura en Innovación en Economía Circular de la Universidad Austral, donde profundizó conceptos de planificación y trabajo colaborativo en comunidad.
“Tuve a mi primer hijo muy chica, a los 22 años, y los crié en un campo que no tenía luz ni agua caliente. Siempre tuve claro que les daría las herramientas para ser libres y estudiar lo que quisieran”, dice sobre Ricky, Juanse y Bautista, sus tres varones, a los que no deja de repetirles: “Vinimos a ser felices, cueste lo que cueste”.
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